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Gallegos en la Argentina: testimonios (página 2)



Partes: 1, 2, 3

Darío Lamazares, representante legal del
Instituto Santiago Apóstol, llegó a la Argentina a
los catorce años: "Fui un autodidacta –dijo-, me
formé en la calle, y como la mayoría de mis
compatriotas sufrí la falta de instrucción. Este
país nos dio todo, los mismos derechos que sus hijos, y la
escuela es una
forma de pagar esa deuda" (8).

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Francisco Lores, presidente de la Federación de
las Asociaciones Gallegas de la
República Argentina, recuerda: "Llegué en 1952
desde O Grove. Trabajé como mecánico, pasé
los desarraigos al igual que muchos. Fui mecánico y ahora
estoy jubilado, dedicado a esta pasión que es conservar
nuestro patrimonio"
(9).

No puede regresar Fermín Alvarez, mozo de la
confitería La Ideal. "Su rancia estirpe gallega se ablanda
un poco cuando confiesa que le gustaría volver a España,
después de tantos años sin pisar la tierra que
lo vio nacer. "Pero no hay plata: acá se gana muy poquito,
apenas las propinas. Y la jubilación, para qué
hablar", cuenta. Su hija le está gestionando una
jubilación en España para que su vida sea menos
empinada" (10).

María Mercedes Arias "se recuerda a sí
misma como una campesina de Porto, una aldea de la comarca
gallega de Valdeorras donde todavía se ve a lo lejos el
río Sil y el Castillo del Conde de Rivadavia, construido
en el siglo XV. "Araba el campo con mis dos hijos porque mi
marido se había ido a la Guerra Civil
que estalló en 1936. Llenábamos un carro con las
castañas que había en el bosque, las
comíamos asadas y con un vaso de leche. Yo
tenía 38 años y como la posguerra era muy dura, nos
vinimos a la Argentina", cuenta" (11).

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Entrevistada por Débora Campos, relata la
escritora María Rosa Iglesias: "Mi padre nos había
prohibido a mi hermano y a mí hablar gallego, actitud que
siempre sentí arbitraria y descalificadora. Perder mi
idioma fue una mutilación. Cuando más grande quise
volver a hablarlo, no me atreví porque me avergonzaba
hacerlo mal. (…) Escribo en gallego pero con menor capacidad
expresiva que en castellano. La
conciencia de
estas limitaciones me ha impedido hasta ahora encarar una obra
literaria en gallego ya que el lenguaje
literario requiere de mayor destreza que el informativo. Tengo la
ilusión de poder superar
estas trabas en los próximos años. La sordera me
dificulta escuchar conversaciones o seguir audiciones de radio donde se
hable un lenguaje
coloquial o figurado muy propio de la literatura y esto
lógicamente, dificulta mi ejercicio del gallego que
sólo practico en lecturas. En suma, siento que aún
me faltan herramientas
para expresar adecuadamente mi pensamiento.
Si bien el gallego fue mi primer idioma y conservo sus estructuras
básicas, no hay que olvidar de que es un gallego
practicado y hablado hasta los 5 años, demasiado elemental
como para hacer literatura" (12).

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Manuel Corral Vide llamó Morriña a su
restorán, nombre que nos habla sin duda del sentimiento
que aúna a chef y comensales: "A través de
Morriña (palabra entrañable para nosotros) el
nombre de Galicia llega a miles de personas que, sin ser
gallegas, se interiorizaron de las características de
nuestra cocina, lo peculiar de nuestras tradiciones y nuestra
milenaria cultura. En
cuanto a los paisanos, me consta que se enorgullecen de tanta
difusión" (13).

El publica sus recetas en Galicia en el mundo; en una de
las entregas de "Cocina gallega", leemos: "En Buenos Aires,
siempre que se podía en casa, nos agasajábamos con
una buena paella en la que difícilmente faltaba el conejo
(mi abuela los criaba en nuestros primeros años en la
Argentina" (14).

José Cameán Parcero recuerda: "Yo
también fui gallego de m… y también colorado",
porque así es mi color de cabello.
Y más de una vez tuve que escuchar a mis compañeros
decir que me habían cambiado por un cuero. Pero no
me molestaba, quizás porque yo al venir a los cuatro
años me sentía uno más. No sabía mi
conciencia la diferencia de ser gallego o argentino". Cuenta que
su padre "como buen gallego, era músico, tocaba la gaita y
le enseñó a él a tocar la caja. Como esto
resultó ser de su gusto tocó con Los Celtas de Vigo
y con Los Chavales de España. En estos conjuntos
tocaba la tumbadora. Estos instrumentos todavía los
conserva en su taller de autos
antiguos" (15).

Un inmigrante tiene un bar en la Isla Maciel: " "Esto
era la calle Florida, entre el frigorífico, las areneras,
los astilleros –dice el Gallego-. Y ahora… ya ni comidas
damos. Es una pocilga. Me dan ganas de largar todo pero no
puedo". Su bar quedó varado en algún cierre
mpreciso, ese día último en que la heladera
despachó la porción final para uno de crudo y
queso. Y pensar que el bar del Gallego hasta tenía un
reservado, con manteles y todo. Al Gallego le dan ganas de
llorar. La enorme mesa de billar tapada con una tela parece
meterle más luto al que ya tiene. Sólo el comensal
de siempre va por su vasito de vermú, antes del almuerzo.
Pero ya no se dicen nada" (16).

En un bar de Gaona y Concordia, en Buenos Aires,
transcurre probablemente el cuento
"Hombre de la
esquina rosada", de Jorge Luis
Borges. En ese bar trabaja un mozo gallego: "Pepe
"Galleguito" Castro (62 años, vecino desde hace 34),
único mozo del Gaona, acredita: "Se inauguró en
1908". Y otra cosa más. Casualidad de la vida o no, hoy
está pintado de rosa, dato que no aparece en el texto pero que
sí remite al título del cuento. "Borges sabe que,
en aquella época, los almacenes eran de
ese color, lo cuenta en Fundación mítica de Buenos
Aires", apunta Sorrentino. Ajeno a los análisis literarios, Pepe pone cara de
circunstancia al nombrarle a Borges. "Me dolió cuando dijo
que no quería morir en la Argentina", apunta el hombre que
nació en Santiago de Compostela y por nada del mundo quiso
salir en las fotos"
(17).

Julio Méndez Iglesias se presenta: "A mí
me dicen el otro Julio Iglesias. Porque además de vender
flores, toco música gallega,
celta, religiosa y folklore de
todo el mundo con mi guitarra y mi armónica. Pero ni Dios
me dio el don de hacer lo que hace él, ni a él le
dio el don de hacer lo que hago yo. (…) También soy
poeta, tengo como 500 hermosos poemas para
editar. (…) Otro amor que tengo
son las palomas. (…) Nací en España, en Santiago
de Compostela, por eso firmo mis poemas como El Compostelano.
Tengo 63 años. Me casé en 1985 con una argentina y
tengo dos hijos, un nene y una nena. Hace 35 que vine a la
Argentina, tenía 25 años. A los pocos meses me puse
esta florería. Me gusta mi vida, mi trabajo. Lo
hago con agrado, a pesar de que es muy ingrato, porque en la
calle se sufre mucho, se sufre la intemperie, la gente"
(18).

Luis Varela, octavo de catorce hijos, recuerda en De
Galicia a Buenos Aires: "En aquella época las familias
gallegas eran casi todas así de numerosas, y como nuestros
padres sólo nos enseñaban a labrar las tierras y
luego, de mayores, no alcanzaban las tierras para todos, era
habitual mandar a algunos para el convento, otros para curas, uno
se quedaba en la casa con los padres y los demás
veníamos para América. Muchas veces yo le reproché
a mi padre por tener tantos hijos, porque habiendo nacido en la
casa de un gran labrador, nos dejó a todos en la ruina. Y
él me contestaba que si tuviera tres o cuatro, yo no
hubiera nacido y la mejor riqueza sería no tener que
luchar con un truhán como yo" (19).

El gallego Plácido López escribe: "De los
cinco hermanos yo era el más chico, y allá en
aquellas aldeas cuando se tienen tres años y pico ya hay
que salir a llevar los chanchos al campo, cuando uno es
más grande debe salir con las ovejas, luego sale con las
vacas. El monte quedaba bastante retirado del pueblo; me acuerdo
que cuando salía con las ovejas o los chanchos
volvía a casa cuando ya era de noche. Pasaba todo el
día con un pedazo de pan y otro de panceta, cuando llegaba
la cosecha de castañas éstas se asaban y se
comían con papas y maíz. Era
por eso que en las cosechas no se pasaba hambre" (20).

Leila Guerriero reúne, en su nota "Cuentos de
gallegos", diversos testimonios:

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El de Susi Rodríguez: "-los gallegos
éramos lo más despreciado de España
–dice Susi-. Estaba prohibido hablar en gallego. A las
aulas había que entrar saludando "viva España" y
"viva Franco", y las maestras te castigaban si no usabas el
castellano. (…) –Cuando nos fuimos de mi pueblo, La
Guardia, aquello fue un entierro –dice Susi, sentadita y
rubia en su casa del barrio de Lanús
Oeste junto a Cari, su marido–. Yo tenía 12
años y vine porque me trajeron. Primero vino mi padre, y
al año llegamos con mi madre y mi hermano. Ella trajo once
baúles con cosas. (…) –Hacía calor y
tenía una tristeza enorme. Fuimos a vivir a Fiorito. Yo
venía de una casa con pozo de agua pura, un
cuarto para cada uno, el baño adentro. En Fiorito
teníamos que recoger el agua del
tren, el baño era un agujero en el fondo. Papá se
compró un taller mecánico, mamá trabajaba en
una fábrica, y yo tenía que cuidar a mi hermano de
5 años. No me dejaron estudiar. Hubiera querido estudiar
medicina, pero
no pude hacer siquiera el colegio secundario" (21).

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Aucario Pérez Cartoy afirma: "-Vine por la
desesperación. Mi padre era herrero y mi madre
agricultora, y la verdad es que no había comida. Las papas
las sacábamos antes de que maduraran, por el hambre".
Volvió en 1994: "–Fue la desilusión de mi
vida –dice Cari–. Habían pasado 32
años. Quería ver a mi amigo Antonio. Corrí
para darle un abrazo y me dice "hola, cómo estás".
Así, frío. Le digo "bien, tengo una mujer, dos
hijos". Y me dice "tú estás mejor, tú puedes
venir aquí, y yo no puedo ir a la Argentina"."
(22).

José Campos Barral manifiesta: "-Yo me siento
gallego, y luego, si me queda un rato libre, soy español.
Pero en el "49, en España, se pasaba mucha miseria. Yo he
llevado bofetadas del maestro por hablar gallego. Me
decía: "Hable cristiano". Mi padre era republicano, y
tenía la libertad
condicional. Estaba harto. Primero vino mi hermano mayor, luego
mi padre, mi madre, la abuela. Y luego yo. Tenía 16
años. El 24 de marzo de 1949 llegué a Buenos Aires.
Lo primero que te decían era "¿a qué viniste
acá, gallego?, ¿a matarte el hambre?". Cuando
caminaba por este país y veía cómo estaban
los tachos de basura llenos de
comida pensaba "ay, mi madre, con esto se alimenta toda Galicia""
(23).

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José Manuel Castelao Bragaña, abogado y
presidente del Consejo General de la Emigración relata:
"Vi la multitud en el puerto y busqué, entre todos esos
rostros, el de mi padre. El me había dejado niño y
se encontró frente a un hombre. Pasada la primera
alegría del encuentro, yo lloraba todos los días.
Pero mi padre dijo algo que por entonces tenía sentido:
"Les dejo más futuro a mis hijos en la Argentina sin nada
que en España con todo". Si me dijeran ahora para siempre
España o para siempre Argentina, yo digo para siempre
Argentina. Aquí nadie me preguntó dónde
había nacido, no pagué un peso por mi título
universitario de abogado. En Buenos Aires soy un gallego
morriñoso y en Galicia soy un porteño
nostálgico. Yo creo que el emigrante gana algo
único, y es el espíritu de libertad. Es él
solo, todo depende de él. Por eso a los emigrantes no les
gusta que los manejen, porque han pagado muy caro el precio de esa
libertad. Todo lo que ha hecho lo construyó sobre el dolor
y la nada." (24).

Manuel Fajardo, dueño de la pizzería La
Continental, brinda su testimonio: "A los tres días de
estar aquí, me empleé en el Ferrocarril del Sur
como peón de cocina. El cocinero me puso una bolsa de
patatas de 40 kilos y me dijo: "Pélelas". Le
pregunté: "Cuántas". Y me contestó:
"Pélelas todas". (…) -Lo que más orgullo me
da es que les he dado trabajo a más de 700 argentinos
–dice Manuel, que vive en una casona de Parque Centenario
seis meses al año y los otros seis meses los pasa en
España-. El secreto es trabajo, trabajo y más
trabajo" (25).

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Jesusa Pérez Iglesias se refiere a la falta de
comida: "–Nos estafaron: dos sinvergüenzas se quedaron
con el dinero para
comprar la casa de nuestra vejez. El
ahorro de 48
años de trabajo. Ahora tengo 71, artrosis, dedo martillo,
juanetes. Menos suerte y plata para comprarme mi casa, tengo de
todo. Yo me vine a los 18, para tratar de mandar dinero.
Allá se pasaba hambre. Ibamos al matadero a buscar la
sangre de la
vaca. La hervíamos, la cortábamos en pedazos, si
había aceite se
freía y si no se comía hervida" (26).

"Acabo de leer las historias contadas en la nota Cuentos
de gallegos –afirma Ana Varela-. Historias casi iguales a
la mía y a las de tantos de mis conocidos. Pero hay un
punto que quiero aclarar. En Galicia no estaba prohibido hablar
gallego. Todos lo hablábamos libremente, pero, con muy
buen criterio, en las escuelas de toda España se obligaba
a los alumnos a hablar y escribir castellano. Era el lugar
adecuado para aprenderlo y practicarlo. Yo aprendí mis
primeras palabras en castellano a los 5 años. Aún
agradezco a quien me enseñó, sabiendo que al llegar
a Buenos Aires iba a necesitarlo" (27).

Escribe a La Nación,
María Dolores Bermúdez: "Gracias por habernos hecho
tener esos momentos llenos de emoción en la nota que
dedicó a nosotros, los tantísimos gallegos que
vinimos a hacer la América, allá por la primera
parte del siglo pasado. ¡Cómo nos identificamos,
cuántas historias similares! Primero, el papá;
luego, algún hermano mayor, y finalmente mamá con
el resto de la familia:
éramos seis con mamá; aquí ya estaba
papá con sus dos hijos mayores y, para afianzar nuestro
amor por esta querida Argentina, nació el noveno hijo"
(28).

"Fermín González, un empresario
gastronómico del microcentro, decidió recuperar The
Brighton en la dirección original (Sarmiento 645), aunque
en lugar de zurcir finos trajes y sombreros abrió un
restaurante con la intención de devolverle su brillo
tradicional a este rincón porteño. Las tareas de
restauración ocuparon nueve meses y tuvieron especial
atención en recuperar los detalles de la
época. "Fue un amor a primera vista; siento
veneración por ese estilo en el trabajo de
la madera y lo
veo como algo viviente que regresa a la ciudad",
señaló González, un ciudadano español
que llegó al país a principios de la
década del setenta. "El gallego", como él mismo se
define, tuvo mucho éxito
con un local de venta de
sandwiches (los mejores de Buenos Aires, dicen), llamado Café
Paulin, a pocos pasos de The Brighton. "El destino me
llevó a esperarlo", comentó González, pues,
entre 1978 y 2002 funcionó allí otro
clásico, Clark s II. "Estoy satisfecho por restaurarlo y
ponerlo de nuevo a funcionar; algunas personas me acercaron
viejas prendas de The Brighton y me agradecen por haberlo
recuperado", explicó el empresario" " (29).

Notas

  • 1. Izquierdo, Francisco: en Vernaz, Celia: La
    Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.

  • 2. S/F: "Esa magnífica legión de
    viejos", en Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994.
    Foto: Jorge Navós, en SICE.

  • 3. Ceratto, Virginia: "Gris de ausencia. Volver
    a empezar en un mundo nuevo", en La Capital, Mar del Plata,
    26 de noviembre de 2000.

  • 4. S/F: "Pérez Millán", en
    Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994

  • 5. Spinetto, Horacio: "Los Oficios – Entre el
    Olvido y el Rescate – El Afilador", en
    www.dgpatrimonio.buienosaires. gov.ar.

  • 6. Spinetto, Horacio: "Los Oficios – Entre el
    Olvido y el Rescate – El fotógrafo de plaza", en
    www.dgpatrimonio.buienosaires. gov.ar.

  • 7. Artola, Daniel: "Salvador de la Calle lleva
    tres cuartos de siglo residiendo en Saavedra "En 1929 el
    barrio estaba lleno de quintas" ", en El Barrio
    Periódico de Noticias, Buenos Aires, Año 6,
    N° 67, Octubre de 2004.

  • 8. Beltrán, Mónica: "La primera
    escuela gallega que enseña a chicos argentinos", en
    Clarín, Buenos Aires, 25 de abril de 1999.

  • 9. Urfeig, Vivian: "Un nuevo museo rescata la
    historia de inmigrantes gallegos", en Clarín, Buenos
    Aires, 13 de diciembre de 2005.

  • 10. Commisso, Sandra: "Un marinero que
    eligió ser mozo y quedarse en tierra", en
    Clarín, 16 de julio de 1998.

  • 11. Pogoriles, Eduardo: "Volver a las
    raíces", en Clarín, Buenos Aires, 13 de agosto
    de 2001.

  • 12. Campos, Débora: "Follas Novas", en
    Fios invisibles
    , 8 de febrero de 2006.

  • 13. Corral Vide, Manuel: "Cocina gallega", en
    Galicia en el mundo, Edición Mercosur. Buenos Aires,
    3-9 de septiembre de 2001.

  • 14. Corral Vide, Manuel: "Cocina gallega", en
    Galicia en el mundo, Edición Mercosur. Buenos Aires,
    14-20 de febrero de 2000.

  • 15. S/F: "José Cameán Parcero. Un
    vecino de Bembibre, Parroquia de Buxán", en El
    mensajero gallego, N° 2, Abril de 1998.

  • 16. Piotto, Alba: "La Isla Maciel por dentro".
    Fotos: Rubén Digilio, en Clarín Viva, Buenos
    Aires, 27 de junio de 2004.

  • 17. Tagtachian, Magdalena: "Entre la Avenida
    Gaona y Juan B. Justo. Borges dejó su huella en el
    barrio", en Clarín, Buenos Aires, 11 de diciembre de
    2002.

  • 18. S/F: "Click. El otro Julio Iglesias", en
    Clarín Viva, Buenos Aires, 12 de octubre de
    2003.

  • 19. Varela, Luis: De Galicia a Buenos Aires
    –Así es el cuento-. Buenos Aires, el autor,
    1996.

  • 20. López, Plácido: Diario, en El
    vigor de las colectividades 1914-1930, volumen que integra la
    colección Nuestro Siglo – Historia de la Argentina,
    dirigida por Félix Luna. Buenos Aires, Crónica,
    1992.

  • 21. Guerriero, Leila (texto) y Lucesole,
    Martín (fotos): "Cuentos de gallegos", en La
    Nación Revista, 17 de abril de 2005.

  • 22. ibídem

  • 23. ibídem

  • 24. ibídem

  • 25. ibídem

  • 26. ibídem

  • 27. Varela, Ana: "Gallegos", en La
    Nación Revista, 30 de abril de 2005.

  • 28. Bermúdez, María Dolores:
    "Gallegos (II)", en La Nación Revista, Buenos Aires, 8
    de mayo de 2005.

  • 29. Varise, Franco: "La ciudad recupera el
    encanto de Brighton De sastrería inglesa a fino
    restaurante", en La Nación, 28 de enero de
    2007.

Hijos

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En una entrevista
realizada por Ana Da Costa en 2000, el escritor Juan Flloy evoca
a su padre: "Mi madre fue una francesa que vino en una de las
promociones de inmigración del siglo pasado, en una
inmigración de labriegos franceses que se afincaron en
Pigüé, en la provincia de Buenos Aires. (…) se
casó aquí, en la Argentina, con un español
nativo de Galicia y formaron un hogar en el cual fuimos cuatro
hermanos. Pero mi madre había tenido primero relaciones
matrimoniales con un belga que la abandonó con tres hijos,
los cuales fueron acogidos por mi padre. Los siete crecimos y
fuimos educados aquí, en la ciudad de Córdoba.
Papá y mamá se conocieron en Tandil, cerca de la
Piedra Movediza, que es una figura que se hizo sumamente popular
en casa, porque mi padre tuvo dos hijos en las proximidades de la
Piedra Movediza" (1).

En La Coruña murió en 1979, el pintor Luis
Seoane, quien, nacido en Buenos Aires en el seno de una familia gallega,
vivió muchos años en España. El
escribió: "Soy y seré siempre un desarraigado
permanente. Lo seré aunque decida volver a mi país.
Es el destino del exiliado" (2).

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"Hija de Gaudencio, un uruguayo descendiente de
franceses, y Josefa, una española viuda y con siete hijos
de su previo matrimonio,
Libertad Lamarque fue la cuarta de una seguidilla de hijos que
sus padres habían concebido y que no sobrevivieron. (…)
Su infancia se
desarrolló en un hogar humilde en el que sonaban las
coplas y nostálgicas canciones gallegas entonadas por su
madre y las palabras de su padre anarquista" (3).

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Dijo Manuel Cao Corral, Director de la Cátedra
España de la UCES:

"Soy hijo de padre gallego, nacido en Santiago de
Compostela; que ya en el país llegó a fundar la
Federación de Sociedades
Gallegas de la República Argentina, hoy ubicada en la
calle Chacabuco 955 de esta Capital.

Nuestro padre desde pequeños nos inculcó
el amor a
Galicia. En nuestro hogar se respiraba un permanente aire de
galleguidad y recuerdo que festejábamos en los barcos que
llegaban de España, las fiestas de la
colectividad.

Nos inculcaron el amor y el respeto a
nuestros padres y a nuestra galleguidad" (4).

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El médico y escritor Antonio Pérez-Prado
expresó: "Yo también soy gallego, nacido en Buenos
Aires –en Monserrat- porque Galicia es una nación
histórica (las otras dos son Euzkadi y Cataluña,
que también tienen idioma propio y son mucho más
antiguas que la España consolidada en un Estado)"
(5).

Afirma: "todos me dicen "gallego". No sé si tengo
las virtudes, pero los defectos los tengo todos. Soy
sentimentalón, imaginativo, me gustan mucho las chicas.
(…) El barrio estaba lleno de italianos, y como mi madre
me había dicho que un gallego valía por cinco
italianos, yo nunca me peleaba con uno solo: buscaba cuatro o
cinco, y el resultado era que terminaba mormoso. (…)
Emigré en el "50, cuando nadie se iba de acá. Dije:
"Ahora me toca a mí lo que les tocó a mis padres".
Allá fui cronista de boxeo; cuando vino la Guerra de Corea
me alisté, porque hacías 14 semanas de entrenamiento,
comías como loco y al final te declarabas objetor de
conciencia. Hice eso, comí como una chinche preñada
y después chau. Fui obrero, y cuando había que
parar para comer, yo me compraba un pancho y leía a
Shakespeare.
(…) Ahora soy médico jubilado, y pobre. Estuve en
hospitales y en el Centro Gallego. Nunca hice actividad privada.
Yo, si he tenido una impronta… ha sido la de mi madre. Si mi
galleguidad tiene un sello, ha sido el de ella. Puedo cantar
horas de canciones gallegas. Todas me las cantaba mi mamá,
y contaban la misma historia. Que el cura
embarazaba a la criada y nacían los niños
con cara de cura" (6).

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Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz,
"parte para Galicia en breve a dejar él también su
huella escultórica. "Voy a hacer un monumento a la memoria en
Combarro, el pueblo donde nació mi padre, en un parque al
que le van a poner mi nombre", comentó" (7).

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El escritor y traductor Rodolfo Alonso dice que nunca
olvidará el "legítimo entusiasmo" con que su padre
gallego les relataba "anécdotas para él imborrables
de su infancia. Anécdotas que no eran sólo de
hombres y de hechos, como las inefables ocurrencias de
Novás, el cantero de su pueblo, cachaciento y mordaz, sino
también el reiterado recuerdo de ese ruiseñor
cantando en lo alto de un pino o la nutria cazada a escondidas,
de noche, sobre el lomo del río" (8).

La investigadora y escritora Gladys Onega habla sobre
los distintos idiomas que escuchó en su infancia: "A
mí lo que más me atrajo, y me metí en un
trabajo muy arduo y gratificante, fue el de la escritura
adulta que tiene que crear un narrador niño pero con una
escritura adulta. Esta fue una gran tensión que se produjo
en mí con el lenguaje; y además tratar de encontrar
las voces que me
rodeaban en aquel momento, ya que tenía la de mi padre que
hablaba en gallego con sus parientes, pero no en mi casa porque
mi madre era criolla, y también la de todos los italianos
que en ese tiempo
hablaban realmente el italiano. Para mí era maravilloso
tener todos estos sonidos. Eran todas palabras misteriosas. Los
chicos que iban al colegio en el 35 y provenían del campo
hablaban en italiano, y en la escuela era donde verdaderamente se
nacionalizaban. Ese fue el gran factor unificador de la escuela
pública" (9).

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En "El misterio del cuarto amarillo", escribe el poeta e
investigador Carlos Penelas:

"En mi infancia escuchaba hablar de todo. Se tomaba la
sopa y se discutía sobre el peronismo, la
demagogia, la corrupción. O del dictador Franco, nacido
en Ferrol. Siempre había un tema de conversación en
la sobremesa o en las caminatas con mi padre. El honor, el
individualismo, lo grotesco de la existencia, la perversidad de
las instituciones,
el maquillaje de las mujeres, la rutina del matrimonio, las
escenografías eclesiásticas, la barbarie y el
libertinaje, la banalidad…

Mis hermanos participaban con sus monólogos y sus
puntos de vista. Cada uno de ellos aportaba un dato, una
secuencia, un lenguaje diferente. Aparecía la
ópera, la pintura, el
cine, las
revistas de humor, las historietas, la fisonomía de la
ciudad. Todo era un aporte para intentar cultivar la inteligencia y
las manifestaciones artísticas. Se hablaba de despojos,
del engaño sistemático del Estado, de las fachadas
familiares, de la improvisación, del mal gusto de una
época en crisis. De la
frivolidad y la imbecilidad humana. Temas que vengo repitiendo
desde distintas ópticas en cada uno de mis columnas"
(10).

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En una entrevista, manifestó el escritor Horacio
Vázquez-Rial: "Yo vengo de una familia absolutamente
definida históricamente, como una familia gallega con por
lo menos ocho generaciones de permanencia registrada en Galicia.
Es decir donde no entraron ni siquiera asturianos en la historia.
Ni nadie de Zamora ni de ningún país
limítrofe ni de León. Por lo tanto no hay cruce en
el sentido étnico del mestizaje. Yo soy tan mestizo como
cualquier habitante de grandes ciudades en el orden cultural. El
mestizaje de Buenos Aires, el mestizaje de Barcelona, ahora el
mestizaje de Madrid es el
mío pero es el mío en la medida en que es mestizaje
de gran ciudad. Lo mismo sería en Madrid, lo mismo
sería en Nueva York. Es decir está uno en medio de
una serie de corrientes, de lenguas, de
libros, de
periódicos, no es muy distinto el funcionamiento de un
intelectual en una gran ciudad o en otra. Yo no creo que mi
producción hubiera sido muy diferente en
Londres de lo que es en Barcelona, salvo por lo que hace al
oído, al
idioma en mi oído. Yo acepto esto porque además me
da igual, realmente me da igual" (11).

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Cuando la entrevisté, afirmó la
investigadora, escritora y docente María Rosa Lojo: "Mis
padres me legaron el amor por su tierra, pero
yo también aprendí a amarla a través de sus
grandes escritores. Soy la primera generación argentina
nacida de una pareja de exiliados durante la guerra civil; en
casa se hablaba de España como del "paraíso
perdido", al que mis padres siempre quisieron regresar"
(12).

En "Mínima autobiografía de la exiliada
hija", María Rosa Lojo se refiere a su vida como hija de
un gallego y una madrileña exiliados en la Argentina.
Sobre su padre, exiliado gallego, escribe: "Dejaba negocios
equivocados y proyectos
irrealizables. Dejaba también (aunque de eso me
enteré después de su muerte: era un
hombre pudoroso) una cierta reputación juvenil de "mala
cabeza", y de playboy coruñés, que fascinaba a las
muchachitas y escandalizaba a sus madres. Dejaba una
España que para sus ojos había retrocedido siglos
en el tiempo, donde no cabía la dimensión de su
deseo. El futuro estaba afuera. Había resuelto que en las
nuevas tierras haría otra cosa, y sería, casi, otra
persona"
(8).

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El músico, escritor e investigador Manuel Castro
es hijo de gallegos. "Soy un coleccionista de gaitas", dice
Castro y cuenta orgulloso que tiene siete de esos instrumentos.
"La primera gaita me la compré en un viaje que hice a
Londres. Aprendí a tocar con parientes y gaiteros
escoceses. La cultura celta me fascina" (13).

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Gabriel Deus – hijo de un gaitero inmigrante, y
gaitero él mismo de la Agrupación Folklórica
Baixo Miño- se refiere a "los grandes maestros gaiteros
inmigrantes, (…) en sus dedos, al ejecutar la gaita, demuestran
en cada nota el sentimiento de un inmigrante" (14).

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María Nieves, bailarina de tango, "proviene
de una familia humilde –ella reafirma- "más que
pobre"-. Fue criada en el barrio de Saavedra. Sus padres eran de
Lugo, España y aquí tuvieron cinco hijos. A los 8
ó 9 años María comenzó a ir a las
milongas con su hermana mayor y de tanto ir a ver bailar tango,
un día la invitaron a la pista y bailó. De chica la
humildad familiar no la marcó.
Asegura que eran muy felices y que eso es imborrable. (…) A
veces me dicen, "sos demasiado humilde, sos una tonta".
Así me hizo mi mamá, eso me legó. Me
enseñó a andar derecha por la vida y no hacerle
daño a
nadie". Esa misma mamá –"la gallega"- cuando era
niña le cantaba tangos y valsecitos en vez de una
canción de cuna" (15).

Victor Hugo Ghitta evoca el baile en el carnaval de la
colectividad gallega. Recuerda "las largas mesas familiares del
Centro Lucense, en una Buenos Aires cuyos esplendores y apego por
las fiestas populares irían menguando con los años,
en bulliciosas noches de carnaval en las que nos
peleábamos por una falda con fervor e inocencia mientras
nuestros padres batían palmas y meneaban caderas al ritmo
del pasodoble o la muñeira, después de haberse
atragantado con las sardinas españolas y las morcillas
vascas y las batatas asadas al carbón y los jamones tan
perfumados como las señoras que atiborraban la pista,
atraídas por una estridencia de trompetas y por las
toreras de luces y las fabulosas charreteras y los zapatos y los
pantalones blancos de los Gavilanes de España, que era el
conjunto musical que animaba las tertulias y las verbenas"
(16).

En una conferencia
dictada en 1994, afirma la escritora Aurora Alonso de Rocha que
un recuerdo de 1978 le da "a la tarea de investigar, una cuota
mayor de entusiasmo". Se refiere a su viaje a Galicia: "de
pronto, estuvimos en la mítica tierra. A terra, la de los
cuentos mil veces recreados. (…) ¿Cómo pudieron
irse? –preguntó mi hija de quince años.
¿Cómo, de un lugar mágico? Era el lugar del
encantamiento, recibido en los relatos y los silencios dolidos,
el lugar donde el mar era la mar y había puertos de
tierra" (17).

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María Aurora Barbeito, Presidente del Instituto
Argentino de Cultura Gallega, comenta acerca de sus
orígenes:

"Te cuento que soy hija de padre gallego (Pontevedra, As
Neves) y de madre asturiana (Oviedo, Cerredo). Estuve educada en
ambiente
gallego-asturiano, lo que me valiò que en la escuela me
llamaran la gallega; elegì este ambiente porque me siento
màs cómoda y creo que
soy una gallega nacida en la quinta provincia, Buenos
Aires.

En una oportunidad, estando en la peluquerìa
Manolo y Pepe, en Talcahuano y Marcelo T. de Alvear -asturianos-,
comenzamos a hablar del Puerto Pallares y comenté algunos
detalles de cómo se colocaban las cadenas para llegar
arriba cuando había mucha nieve. El señor me
preguntò: ¿cuànto hace que vino?. No
podìa creer que yo no conocìa ese lugar, porque
todavía no había viajado a
España.

En el año 1999 realicè mi viaje tan
soñado; parè unos dìas en Madrid, y luego
tomé el òmnibus hacia Pontevedra y me iba dando
cuenta de que yo esos lugares ya los conocía, aunque no
había estado físicamente allí. La descripción del pueblo, las fuentes, las
carreteras, ya las conocìa, asì como los vecinos y
las casas donde habían nacido mis padres. En ambos lugares
la descripción fue exacta. ¿Cómo me hicieron
amar a Galicia y Asturias? Las Fiestas Patronales, La Fiesta de
la Virgen de las Nieves, la procesión de San Roque, la
Vìrgen del Carmen, la empanada gallega,los feisulos…
Bueno,todo lo tengo en mi memoria con el
mismo amor que mis padres me lo contaron".

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Los Goris, inmigrantes gallegos, regresaron a su tierra.
"De chica –afirma la hija, Esther-, escuché tanto a
mis padres añorar su tierra gallega, que, a fuerza de ser
tan nombrada, Galicia se convirtió para mí en una
región mítica. (…) Recién al disfrutar de
cerca de esa belleza incomparable entendí por qué a
mi padre lo ponía triste la inmensa llanura de la
Argentina. (…) Ahora hace unos meses que mis padres volvieron a
radicarse en Galicia. Sólo falta que vuelva yo, para estar
los tres juntos, en ese suelo
soñado" (18).

"El origen de los negocios de Alfredo Coto
–escribe Alfredo Sainz- está ligado a la carne, que
aún continúa siendo una de sus principales fuentes
de ingresos, ya
que cuenta con tres frigoríficos propios que abastecen a
sus supermercados y también exportan parte de su
producción. Joaquín Coto, el papá de
Alfredo, era un inmigrante gallego que tenía una
pequeña carnicería en un mercado municipal
que funcionaba en Retiro y desde chico Coto acompañaba a
su padre en sus recorridas por el Mercado de Liniers. Con su
esposa, Gloria, en 1970 fundó la primera
carnicería, aunque desde antes estaban en el negocio de la
compra de hacienda y el reparto de carne en pequeños
comercios" (19).

Graciela González, hija de un gallego emigrante,
relata que en los años en que llegó a la Argentina
su padre, "Los sueños eran pocos, pero duraban toda la
vida: comprar una casita, educar a los hijos y, quién
sabe, volver a la patria algún día. Papá
nunca lo hizo". La entrevistada recuerda que en una valija, que
las hijas pequeñas no podían abrir, el hombre
guardaba "cartas, cuadros,
que todos los emigrantes traían porque no sabían si
podrían volver a ver a sus familiares. Había de
todo. Era su historia" (20).

Beatriz Pérez Leiro, marplatense que en 1999
viajó a España, dijo: "Desde pequeña
escuchaba a mi madre hablar de un extraño camino, que
siempre se llamó "francés", senda única y
concreta hacia un sepulcro milagroso. Su voz se apagó y
puse su sueño en mi mente y en mi corazón"
(21).

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El periodista Ramón
Suárez "O Muxo" tiene presente a su padre cuando hace el
balance de su Camino de Santiago:

" 'Mi Camino', fue todo espiritualidad, sentí
desde el mismo inicio que brotaban en mi los mejores
sentimientos, que no reconocía: al automovilista
prepotente que a diario conduce por Buenos Aires, al intolerante
hincha de Racing de Avellaneda y del Celta de Vigo, al que pocas
veces tiene tiempo para tomar un café con un amigo, al que
nunca quiere ceder. Se me llenó el espíritu; con la
alegría y alborozo de la juventud; con
la persistente y observadora marcha del japonés Ken; con
la calma y sapiencia del belga Jak, que cuando le pregunté
como estaba me contestó: "de los pies mal, del cuerpo
regular, pero lo importante, la cabeza muy bien"; con la
fidelidad y amistad a sus
dueños, de las perras Sasha y Queen; con el
conocimiento que el irlandés Gerald tiene de nuestro
gaitero Carlos Nuñez; con la alegría de los
andaluces; con lo que hablé de nuestra historia y cultura
con los jóvenes gallegos; con el Burgalés hijo de
un gallego que no estaba muy de acuerdo en que usemos un idioma
distinto del castellano, y que entendió y aceptó mi
larga disertación sobre el tema; con el
compañerismo de todos; con el cariño y respeto que
todos mostraron por Galicia y su gente; CON EL RECUERDO DE MI
PADRE QUE NO PUDO VOLVER A LA TIERRA" (22).

Antonio D"Argenio testimonia la nostalgia de su madre:
"Cuando era yo un chiquillo de ocho o nueve años, mi
madre, que había llegado a nuestro país en 1920
desde su Lugo natal, en Santiago de Compostela, escuchaba todas
las tardes por la desaparecida Radio Prieto, una audición
llamada "Por los caminos de España". En esos momentos yo
no entendía cómo el rostro de mi madre se
cubría de lágrimas cada vez que sintonizaba aquel
programa y
escuchaba, por ejemplo, el sonido de una
gaita" (23).

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Ruben Servia, Coordinador de Fillos de Galicia en la
Argentina, recuerda el viaje a la tierra de sus mayores: "en 10
minutos llegamos a A Coruña… Noia… Lousame… baje del
auto… y lo que camine desde ese auto hasta los brazos de mi
tía… no puedo explicarte, no podré expresarte,
que me pasaba, era como caminar volando… liviano… sin nada
adentro… ahogado… alegría… La abrace, llore como
hacia mucho no lo había hecho recordé a mi papa a
mis abuelos estaban ahí, en medio de nosotros dos…"
(24).

José Luis Noya escribe: "En las aldeas de
Berdía y Vilar do Rey, en Galicia, nacieron mis viejos
que, como muchos gallegos, vinieron a radicarse a nuestro
país. Este año tuve la suerte de conocerlas y fue
una experiencia única. El momento del encuentro familiar
es difícil de describir. Comprobé que esa familia,
desconocida para mí, tenía gestos similares a la
que se encuentra del otro lado del Atlántico"
(25).

Daniel Míguez recuerda: "Viví en la casa
de San Lázaro donde nació mi padre, enfrente de la
iglesia donde
él, como monaguillo, enloquecía con travesuras al
cura y dormí en la cama de mi abuela, Gloria, que
murió sin conocer a sus nietos argentinos. También
caminé a orillas del río donde lavaba la ropa y
soñaba mi abuela Concepción, que me crió en
Buenos Aires, y besé al viejito de 97 años que fue
el hermano que ella más quiso. Y toqué las
herramientas de zapatero que mi abuelo Manuel dejó en un
taller en la casa de Labacolla en 1912, para venirse a la
Patagonia, a
los 16 años, con aires de anarquista. Fue mucho más
que cumplir un deseo profundo. Fue como saldar una deuda metafísica" (26).

Fabián Tarrío recuerda a su padre, hijo de
inmigrantes gallegos: "Mi viejo sabía vivir y hacer de
cada momento con los demás, un tiempo grato. Lo que me
viene a la cabeza es el espíritu que tenía de buena
vida. Divertido, atrevido; era de disfrazarse para los carnavales o
para fin de año, y viajar disfrazado en un colectivo a los
corsos de la Boca. A nosotros nos daba un poco de vergüenza,
pero hoy reconozco que lo hacía porque tenía un
espíritu muy lindo" (27).

Un sombrerero es hijo de españoles: "En Gaona al
1200, se encuentra la tradicional sombrerería "Winter",
que funciona allí desde hace 63 años bajo la batuta
de don José "Pepe" Ferro, porteño de casi "90
pirulines", hijo de padre gallego, de Lugo, y de madre leonesa.
Eduardo, su hijo se da una vuelta todos los días para
ayudar en todo lo que haga falta. "Aquí de los 40 hasta el
60, había un trabajo bárbaro, los sábados la
gente hacía cola en la puerta del local, es que los
muchachos tenían que ir a bailar al vecino Club Buenos
Aires (y sin sombrero era una vergüenza). También
tenía una importante clientela de la colectividad
israelita. Pero hoy la actividad está muerta, a lo sumo se
vende alguna que otra gorra". En las vitrinas los elegantes
orión lucen junto a los chambergos de fieltro "de primera
calidad",
negros, marrones y grises, "los negros siempre con forro, los de
otro color no". Junto a ellos vemos la horma, con la que se
tomaban las medidas de la cabeza del cliente y
así poder hacerle su sombrero. "En verano se usaba
panamá,
y también ranchos", recuerda don José, y agrega:
"Muchas veces los muchachos que iban al hipódromo, a las
carreras, y acertaban una fija, revoleaban su sombrero por el
aire". Esto situación de euforia, le venía muy bien
al negocio, porque los apostadores volvían a comprar
nuevos sombreros. Ferro conoció el oficio siendo joven,
desde los 18 años hasta los 23 trabajó en la
fábrica de sombreros "Dominoni", que quedaba en Monroe
1683/ 87, entre Montañeses y Arribeños, con salida
también por Blanco Encalada. "Recuerdo una casa que
continúa, como yo en esta lucha tan despareja, "Maidana",
en Rivadavia al 1900. En fin, cosas de la vida, -murmura mientras
acaricia a su perro Colita-. Pasa todo tan rápido…"
(28).

Horacio Spinetto se refiere a un paragüero
inmigrante: "En Independencia
y Colombres funciona desde hace más de cuarenta
años la paragüería "Víctor", propiedad de
don Elías Fernández Pato, un español que
llegó a los 18 años desde su tierra gallega y se
dedicó a vender y arreglar paraguas por las calles
porteñas. En 1957 abrió su local, al que puso el
nombre de su hijo recién nacido" (29).

"Felicitaciones por la nota Cuentos de gallegos
–escribe Marta Eijo a La Nación-. Las historias de
los entrevistados bien pueden coincidir con la de mis padres.
Algunos participantes en ella han dejado sus huellas de esfuerzo
e idoneidad en el Centro Gallego de Buenos Aires, mutualidad de
la que soy socia y que, sorteando as dificultades de la economía pendular en estos últimos
años, sigue cobijando a esos inmigrantes, a sus hijos y
nietos mediante la prestación médica y el acceso al
Instituto Argentino de Cultura Gallega" (30).

En el Museo de la Inmigración, sito en el ex
Hotel de Inmigrantes de Buenos
Aires, se relata en un panel la historia del matrimonio Mosquera
López-Alvarez Marante, emigrados desde Orense.

En otro panel, en ese mismo museo, se relata la historia
del pontevedrés Martínez Padín.

En agosto de 2006, recibí este mail de Antonio
Britti Valcárcel:

"Estimada María, pasear por sus textos tan
placenteramente, no sólo agiganta la morriña que
acompañó siempre a mis mayores, sino
también, evoca el dulce, maravilloso e inolvidable
recuerdo, de su sencillez, su don de gente, ese inconfundible y
contagioso amor por la música y la alegría de su
espíritu, dones heredados, que me
acompañarán toda mi vida.

María, su obra, refresca almas y devuelve
lozanía a los recuerdos. Que Dios la bendiga por lograr
algo tan maravilloso y tan simple como la vida misma. Vaya a
través de su hermosa obra, el más cariñoso
recuerdo a mi querida madre, Angelita Valcárcel de Britti,
y mis abuelos.

Cuánto me alegra que tamaña obra suya,
haya sido publicada en ese sitio WEB. Es un
hermoso acontecimiento. La felicito de corazón.
Cuánto me alegro por usted y por el homenaje que
representa a todos nuestros queridos recuerdos, pero
también me alegro por todos aquellos gallegos y
demás españoles, los cuales podrán acceder a
tan provechosa y amena lectura".

Monografias.com

En su blog "Poeta viajero", escribe Roberto César
Hermida: "Mi familia, ambas ramas, vinieron a la Argentina en
1930, por la rama paterna mis abuelos solos, dejaron a sus tres
hijos en España, estas cosas que hacian los emigrantes y
que hoy nos resultan inexplicables. Mi padre pudo reencontrarse
con los suyos recién en 1939, al término de la
guerra civil, y le permitieron salir de la península,con
lo puesto, via portugal, y por reencuentro familiar. Viajó
con su hermana de 13 años, él tenía 15. Su
hermano mayor recién vino a la Argenina diez años
después. Mi madre emigró con sus padres y su
hermana mayor, llegó a la Argentina con solo tres meses de
edad. Quiso la casualidad que las dos ramas de la familia
terminaran viviendo en el mismo Barrio de Buenos Aires, Villa
Devoto, donde se conocieron mis padres y se casaron en 1950;
tuvieron tres hijos mi hermano Daniel(1953), yo (1955)y
Alejandra(1958). La rama paterna es natural de Barros y de O
Casar de Cangues,ambas en Irixo, Ourense y la rama materna de
Rodeiro, Riobó, Pontevedra. La rama paterna de mi madre
eran de Betanzos en Coruña. Como veran tengo raíces
en tres de las cuatro provincias Gallegas. Fui el primer hombre
de la familia en regresar en los últimos setenta
años, viajé en octubre del 2000. Solo mi abuela
paterna en 1953 y mi madre en 1979 y 1998 y la hermana de mi
papá, habían podido viajar antes" (31).

Monografias.com

Cuando fue a visitar la aldea donde nació su
madre, en Pontevedra, escribió el periodista Roberto
Neira: "Un vecino se acercó a nosotros, intercambiamos
saludos, y al darnos a conocer, en poco menos de una hora, toda
la aldea había sido alertada de nuestra presencia. Una
comitiva se organizó inmediatamente, casa por casa ,
algunos vecinos y hasta amigas de mi madre que todavía
estaban con vida y que la recordaban como si nunca se hubiera
ido, nos abrazaban con lágrimas en los ojos.
¿Patético, nostálgico…?.
Quizás… Pero cuánta emoción nos embargaba"
(32).

Monografias.com

Silvia Ramos, la autora de la obra teatral Para
Angustias … Consuelo, es hija de gallegos, ambos de Lugo. Ella
escribe:

Partes: 1, 2, 3
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